La isla de La Palma, especialmente, el municipio de Garafía, sigue maravillando por la aparición de nuevos yacimientos de grabados rupestres no inventariados o catalogados. Es el caso de un conjunto de petroglifos geométricos y lineales en el Barranco de La Magdalena, donde ya son conocidas las emblemáticas estaciones de La Zarza y La Zarcita, así como los conjuntos de La Fuente de Las Palomas, Fajaneta del Jarito y Cueva de Agua. Ahora tenemos que sumar otro grupo importante constituido por siete paneles y más de 20 motivos, entre los que destacan las espectaculares espirales, círculos concéntricos, semicírculos concéntricos y meandriformes, según explica el historiador Miguel A. Martín González-
Con la excepcionalidad de Garafía, encontrar este tipo de manifestaciones en el dominio del húmedo monte de laurisilva es inusual. Algunos de los enclaves, junto a los anteriormente citados, son las dos estaciones en Llano Negro y Fuente del Sauco. Sin embargo, el Barranco de La Magdalena es el elegido por los ancestros como el gran pasillo sagrado de estaciones rupestres de tipología geométrica en las medianías de este representativo bosque de la Macaronesia. Y no se trata de algo fortuito, sino causal.
¿Qué tiene este barranco de especial? No creemos que sea por la vegetación, puesto que existen otros muchos barrancos con el mismo paisaje vegetal y están vacíos de símbolos. ¿Agua? Podría ser una hipótesis más sugerente, pero los grabados rupestres no se localizan en las fuentes existentes. ¿Algo material o algún atisbo en la tradición imaginaria de la espiritualidad, la tradición y las creencias? Lo que si es cierto es que se da una apropiación espacial quedando abierta la puerta al no poder dar una respuesta prudente desde su propio pensamiento.
Ahora bien, toda esta simbología implicaría a toda la realidad social como premisa de pertenencia dentro de un proceso de relaciones más complejo, necesario para mantener el progreso de la continuidad social. Por lo tanto, los petroglifos forman parte de un orden que da sentido al sistema social establecido.
No debe sorprender del todo que sigan apareciendo estos enigmáticos mensajes, tallados en la roca, de otra época cultural en una isla que tiene inventariado más de 500 estaciones de tipología geométrica, con un millar de paneles y unos 15.000 motivos, uno de los mejores museos del mundo insular al aire libre. Se caracterizan por exteriorizar formas curvas unidas armónicamente en un solo movimiento (círculos, semicírculos, concéntricos, espirales, meandros, grecas, herraduras, reticulados) y un entramado infinito de combinaciones entre ellos.
La nueva estación que vamos a presentar fue localizada por José Juan Rodríguez Rocha, Mónica Pérez Barreto y María Rodríguez Rodríguez, zona donde también aparecen algunos grabados incisos lineales. Son 7 paneles con más de 20 motivos ejecutados con técnica de picado fino y grueso discontinuo en el mayor de los casos.
El panel 1 está conformado por un meandriforme que gira con trazado circular.
El panel 2, de un metro de diámetro, lo integran cuatro motivos: cinco círculos concéntricos, meandro en semicírculos concéntricos, herradura de meandros y un meandriforme más pequeño.
El panel 3, situado a escasos dos metros del anterior, contiene cinco motivos: cinco semicírculos concéntricos, dos meandriformes de surco ancho, un combinado de círculo y meandros y un informe de picado muy tosco.
El panel 4 solo incluye un círculo concéntrico y otro semicírculo abierto que lo encierra de picado discontinuo más fino. Al lado un rectángulo inciso envuelto en un semicírculo también inciso fino.
El panel 5 está muy desgastado y cubierto de líquenes, aunque se aprecian varios motivos espiraliformes y meandriformes.
El panel 6 adjunta cinco motivos: un círculo concéntrico de dos espiras, un semicírculo concéntrico, un meandriforme de picado fino, otro meandriforme cubierto en gran parte por una capa de musgo y otro círculo concéntrico o espiral con nueve giros de mayores dimensiones, de unos 40 cm.
El panel 7 contiene cuatro motivos: espiral de nueve giros, otra de tres giros, un motivo de semicírculos más pequeño y un motivo circular cubierto de musgo.
En esas rocas talladas encontramos los mismos modelos icónicos que se repiten por toda Isla; por tanto, representan una tradición, un arcaísmo sobre una estructura de un lenguaje no verbal, semiótico. Ahora bien ¿cuál es la idea de su contenido? ¿Qué representa o expresa? Lo que si podemos adelantar es que posee un significado homogéneo encerrado en sí mismo al exhibir una repetición incesante de las mismas tipologías.
Tradicionalmente se ha abordado el estudio de petroglifos desde una arqueología descriptiva basada en las ubicaciones, clasificaciones, tipologías y técnicas de ejecución sin apenas hurgar en la comprensión de las imágenes representadas. Y lo más importante (los significados) no se tiene en cuenta porque escapa a sus prácticas materialistas.
¿Cómo abordar pues su interpretación? A la hora de encontrar respuestas son más las preguntas sobre cómo pensar en imágenes, primero en la construcción de símbolos tallados sobre la roca, luego sus ubicaciones y su intencionalidad. La estructuración cultural del espacio, según Amador1, incorpora principios cosmológicos y simbólicos e implica procesos mentales que convierten la cognición en expresión por medio de figuras simbólicas. La construcción del espacio cultural tiene un estrato conductual: el espacio habitado limita la actividad social e influye en la conducta humana. La cultura implica, siempre, distintos sistemas de representación del espacio. Estos describen las distintas maneras en las que el ser humano usa y ocupa el espacio física y simbólicamente. Habitar el espacio deja una huella simbólica del hombre y de sus actividades sobre el paisaje.
Los grabados rupestres de La Palma, como símbolos sagrados, son una expresión plástica sin sentido decorativo, no guardan simetrías. Asignan un sentido a otro sentido por analogía dentro de la memoria social colectiva, son en sí un argumento, muestran una manera de trasmitir generacionalmente un pensamiento, un conocimiento o una cosmovisión de como estructuraron el mundo, su mundo. ¿Una espiral, unos círculos concéntricos o un meandro representan el movimiento del cosmos? ¿De qué otra manera se puede representar el movimiento del cielo en una roca?
¿Qué nos cuentan o qué nos trasmiten? Algo de lo que podemos partir es la orientación de los soportes como algo simbólico apuntando hacia los lugares por donde se manifiesta el sol, no en cualquier intervalo de tiempo, sino donde se posiciona exactamente sobre el relieve en sus paradas extremas (solsticios de invierno y verano) e intermedios (equinoccios). De entre muchas posibilidades, esas fueron las caras de las rocas elegidas para tallar sus símbolos sagrados en un intento manifiesto de regular el equilibrio del universo al conectarlos al cosmos. El tiempo en estos lugares se presenta como una dimensión del espacio, son interdependientes, siendo los petroglifos el nexo de unión. En este sentido, el espacio es también tiempo. Es indivisible.
Construir un espacio sagrado no es algo que se pueda improvisar, equivale a una cosmogonía; por ello, requiere elegir el rincón del territorio, el soporte pétreo y la cara de la roca. Todo debe estar perfectamente calculado en su contexto natural, un horizonte inteligible efectivo como asiento interpretativo de una racionalidad perdida; en este caso, la orientatio, que adquiere sentido cuando les permitiría ordenar el mundo mediante una comunicación permanente con el cielo y los astros, con sus seres superiores.
Los movimientos del sol regulan el ritmo de los tiempos y el orden natural de las actividades humanas; entonces, los grabados rupestres como simbología de conexión tuvieron un protagonismo importante en la división espacial del universo, señalando aquellos instantes cíclicos trascendentales para las poblaciones de la antigüedad. De esa manera la simbología rupestre se liga con el cosmos. Los awara, y en general todos los antiguos canarios, son un valioso ejemplo a nivel mundial.