Ahora que iniciamos una restricción aún más dura que nos desnuda como persona “esencial” o “no esencial”, tras días soportando el “Achtung, Achtung...”, “Attenzione, Attenzione...” del coche de Protección Civil o de la Policía que pasa tres veces al día por la calle donde vivo para recordarnos la orden de confinamiento; tomo conciencia de que el pasado, el antes de ayer de hace tres semanas, ha cobrado brillo. Empieza a ser mi mejor recuerdo.
Ahora me pasa constantemente por la cabeza esa pregunta: ¿Cómo no había reparado antes en lo feliz que me hacían mis costumbres de canario callejero, mi autoimpuesto estrés laboral de 10 a 12 horas diarias y las discusiones opinando de todo como buen palmero en tiempos de ocio? ¿Cómo no me había dado cuenta de lo que me gustaban las cosas que siempre tenía al alcance, a las que había restado valor?
Ahora he cambiado de preocupaciones... he pasado de estar pendiente de un soñado viaje a Islandia en pareja a estar pendiente de que llegue el pan a la Tahona, de programar un concierto en la Bajada a programar un chat de amigos por la App ‘Zoom’ si la wifi lo permite, de escribir memorias de proyectos a escribir letras para la Murga que ‘los chicos’ quieren rescatar cuando vuelva a haber un futuro carnaval.
Ahora que solo me comunico por Whatssap, en donde a las textos, emoticonos y stickers le ponemos voces mentales y sentimientos muchas veces confusos, sí que hecho mucho de menos caras de verdad, conversaciones reales... eso que hacía de interrumpir de forma maleducada a los amigos y que tuvieran que esperar a que mi ego terminara de demostrar todo lo que se de todo lo que he acumulado y leído en google.
Ahora, cuando por las mañanas me miro al espejo, me doy cuenta de que lo rutinario de antes sería un lujo ahora. Hecho de menos a Ángel el peluquero. Añoro el café en la terraza de La Marmota y el “buenos días” sonriente de Lillis (la técnico de la radio) tras cruzar cada día toda la Cumbre desde Mazo hasta Los Llanos. Extraño buscar dónde aparcar el coche lo más cerca posible de la Avenida de Tazacorte y quejarme de que nunca hay sitio... por cierto ¿dónde habré dejado el coche?
Ahora tengo más tiempo para pensar en las cosas que me hacen pensar. Las confusas noticias que sigo o escribo, me hacen pensar; estar con la familia y que todos te pregunten ¿cómo estás?, me hace pensar; escuchar los pájaros cantando en las plataneras de enfrente en vez de motos a escape libre en la calle, me hace pensar; no haber leído aún un libro en estos días de confinamiento porque soy más de Netflix, me hace pensar.
Ahora, mientras pienso, trato de entender porque a la gente le parece normal leer la noticia de que “ha fallecido otra persona por coronavirus en La Palma”, mientras escucho “verbenas” en balcones de algunas comunidades de vecinos...Y solo encuentro una respuesta; hasta en los momentos más tristes, necesitamos sentirnos felices y cada cual construye como puede sus momentos de felicidad.
Y por todo eso, ahora pienso... “Somos felices por comparación, cuando confrontamos lo que teníamos y lo que tenemos”. Y siendo así, concluyo: “¡Qué feliz era cuando no sabía que era feliz”.
Solo un apunte más. Ahora, cuando recuerdo que posiblemente era feliz, temo el regreso a la normalidad, el posible estrés postraumático.. y que toda esa “felicidad” vuelva de golpe.