En la Asociación de Criadores de cabras de raza Palmera queremos mostrar las historias que hay detrás de nuestra raza autóctona en peligro de extinción. Historias de vida, como la de Balbino Mauro Pérez Henríquez, de 78 años. Junto a su mujer, Consolación Martín, cuidan sus 30 cabras de raza Palmera en el municipio de Puntagorda.
De toda la vida, a Balbino se le conoce y lo llaman Mariso, pero él todavía no sabe de dónde salió el mote, le gustaría saberlo. Sus padrinos lo llamaban Mauricio, pero de ahí a Mariso no sabe qué pasó para que todo el mundo lo llame por este nombre.
Se hizo cabrero de niño. Con 13 años ya andaba con la manta al hombro, como nos cuenta, en la Cumbre:
“De padre nada, yo estaba solo allá arriba en la Cumbre. Mi padre tenía sus 4 o 5 cabras que teníamos en casa. De pequeño me engañaron una vez y no más allí arriba. Yo era un niño. Fui a buscar queso a la Cumbre, y le dije a mi hermano Máximo que bajara él con el queso y la bestia, y yo me quedaba con las cabras arriba. Mi hermano no quería porque decía que yo no conocía la Cumbre, que me podía perder. Estaba allí un compañero que le convenció al decirle que estaría pendiente de mí y de las cabras. Así lo hicimos. Anocheció y yo tiré por donde él me dijo, y no vi las cabras, ni a él en ninguna parte. Me quedé solo, no tenía agua, sin ganas de comer porque era un niño que estaba allí perdido y así se me hizo de día. Cogí el camino que había tomado, porque no conocía otro, y allí estaba el caballero: se había ido en dirección contraria a la que le había dicho a mi hermano. Cogí piedras en las manos con ganas para tirarselas, le dije que no era ningún chico, y me pidió perdón. Desde entonces me fio poco.”
Mariso nos confiesa que estuvo mucho tiempo yendo a la Cumbre. De la Cumbre se fue a Los Sauces, donde estuvo cerca de 15 años, de allí al cuartel un año más, y luego 4 años de trabajo en Inglaterra. Regresó para seguir con la misma profesión, pero ya no se podía ir a la Cumbre, no se subastaba el terreno, así que se tuvo que quedar por entonces por la costa.
Mientras hablamos Mariso nos cuenta de donde coge el pasto para sus cabras. Nos habla de la sequía, de cómo está la tierra:
“Las vinagreras y los cornicales se han perdido por la sequía, si llueve, saldrán tederas”
Tiene 77 años, y cuando le preguntamos si ha pensado jubilarse de las cabras nos responde con una pregunta entre risas:
“¿Dónde paso el tiempo yo entonces? solo estaría de la cama a la mesa… Y ahora mismo aquí 39 cabras con las chivas, yo creo que me hacen falta otras pocas.
Consuelo, su mujer, siempre está con él en la ganadería. Se casaron estando en Inglaterra y siempre estuvieron juntos. Mariso también se dedicó a la siembra, aunque hoy confiesa que no le gusta la agricultura ni los plátanos ni la viña, a él le gustan las cabras.
Terminamos nuestra conversación hablando acerca de cómo se fue haciendo con su rebaño, las cuevas donde estuvo con ellas, los terrenos y las zonas. También nos enseña la granja donde estamos con él que fue arreglando poco a poco con sus manos.